22.8.02

El corazón y el reloj

El fracaso de los corazones mecánicos es evidente: los pacientes a quienes se ha implantado un corazón mecánico mueren irremisiblemente corto tiempo después de la operación.

La razón de este fracaso es muy sencilla, aunque los señores científicos aún no la han descubierto. Se trata de un problema de relojería. El cuerpo de cada ser viviente contiene un complejo sistema de relojes biológicos, que cambian sus ritmos y velocidades a cada instante. Comer, dormir, descansar, amar, odiar, hablar, cantar, bailar, recordar, llorar, cada acto pequeño o grande exige cambios inmediatos en los ritmos biológicos y, por consiguiente, cambios en los complejos sistemas de relojes biológicos del organismo. Ahora bien, un corazón mecánico está construido para trabajar siempre al mismo ritmo invariable, con precisión matemática. No tiene mecanismos de compensación, no puede adaptarse a los accesos de ira, las emociones de amor, ternura, odio o temor del individuo. Peor aún, su regularidad mecánica desconcierta por completo al ritmo cambiante, inteligente, de los demás órganos del cuerpo. El resultado es fatal: el corazón mecánico, con su reloj perfecto, descompone los innumerables relojes biológicos del individuo, los vuelve locos, y los órganos ya no pueden responder a la sobrecarga de energía que este desequilibrio genera.

La ciencia humana sabe muy poco sobre los relojes biológicos y su complicado sistema de interacciones. Pero las ranas sabemos que hay sistemas de control de los ritmos biológicos en cada cuerpo viviente y que no es posible someter esos mecanismos de control a la lógica fría, insensata, implacable, invariable y perfecta de un reloj mecánico.