Érase una vez una partícula atómica, a la que llamaremos Teresa. Nació a la orilla de un río, en el fondo de un átomo de nitrógeno. Al nacer, su madre y sus tías consultaron la luz de los electrones que brillaban, majestuosos en el cielo atómico. Los oráculos dijeron: vivirá una larga vida: una diezmillonésima parte de la milésima parte de un segundo. Teresa creció en el hogar materno, fue a la escuela, tuvo su pubertad sin tropiezos, ingresó a la universidad y recibió su doctorado en astronomía "Cum Laude".
Durante todo el resto de su larga vida se dedicó al estudio del Universo. Murió muy anciana, respetada y admirada por sus congéneres. Dejó escrita una obra maravillosa titulada "El Enigma del Universo". Alcanzó a vivir, como los oráculos habían profetizado, la impresionante edad de una diezmillonésima parte de la milésima parte de un segundo. Su obra se recita hoy en todas las escuelas de ese afortunado átomo de nitrógeno, y resume toda la sabiduría de las partículas atómicas de esa especie, la especie soberana, reina de la Naturaleza y única en los confines de la creación que es capaz de razonar y discurrir.
He aquí la esencia de tal sabiduría: "El Universo consta de un núcleo poblado de partículas muy movedizas, de diferentes especies, pero solamente nosotras hemos sido creadas por Dios a su imagen y semejanza. Alrededor del núcleo hay unos cuerpos (los llamaremos electrones) que, o están perpetuamente inmóviles o se mueven con tal lentitud que jamás nos alcanzará la vida de tres generaciones de partículas para registrar su movimiento. Más allá de eso solamente existe la Nada infinita, la oscuridad total, la Inexistencia Absoluta. Demos gracias a la Suprema Partícula que nos creó para que diéramos testimonio de su infinito poder y sabiduría, dándonos una larga vida para que pudiéramos descubrir los secretos maravillosos de su inconmensurable Universo".
Y los Doctores de la Ley dicen: "Pasarán dos, tres, cinco diezmillonésimas de segundo, pero no se extinguirá la gloria y la memoria de Teresa, cumbre de sabiduría y fundadora de la conciencia y el orgullo de nuestra especie".
30.8.02
29.8.02
Ciencia y poesía
La ciencia y la poesía no son ejercicios opuestos. Son dos formas diferentes de indagación de la realidad. La ciencia es una indagación objetiva de las relaciones entre objetos y fenómenos, sujeta a reglas impuestas por la razón y la experiencia intelectual. La poesía es una indagación subjetiva de las relaciones entre los sentimientos y el mundo circundante, sujeta a reglas impuestas por la cultura y la experiencia existencial. Los primeros grandes filósofos de Grecia, los llamados "presocráticos", eran científicos y poetas al mismo tiempo. Parménides y Heráclito postulaban ideas opuestas sobre el mundo real pero estaban de acuerdo en formular sus teorías en forma de poemas. Sus hipótesis eran también metáforas. Sus explicaciones, imágenes y analogías poéticas. Sus postulados de principio, trozos de emoción estética. Pitágoras hizo del número una condición de la belleza. Los sofistas pusieron a su especie, la humana, en el centro de un universo poblado de átomos cuyas relaciones objetivas eran también subjetivas, emocionales, psicológicas. Demócrito explicó la relación entre el lenguaje y los objetos designados diciendo que "la palabra es la sombra del hecho". Metáfora poética que enseña más sobre los nombres de las cosas que cualquier tratado de lingüística.
Los científicos modernos suelen calificar ciertas hipótesis y teorías con los adjetivos de "hermosas" o "bellas". Ningún científico verdadero puede sustraerse a la fascinación poética que produce un descubrimiento importante. Ningún poeta verdadero puede dejar de sentir que ha hecho un gran descubrimiento cuando consigue formular una metáfora que se abre, como una rosa de luz, iluminando aspectos desconocidos del alma o de las cosas.
Por eso croamos las ranas, sin cesar, en la negra noche acribillada de estrellas. Buscamos la metáfora perfecta que exprese toda nuestra emoción poética y ponga al descubierto el misterio profundo del universo.
Los científicos modernos suelen calificar ciertas hipótesis y teorías con los adjetivos de "hermosas" o "bellas". Ningún científico verdadero puede sustraerse a la fascinación poética que produce un descubrimiento importante. Ningún poeta verdadero puede dejar de sentir que ha hecho un gran descubrimiento cuando consigue formular una metáfora que se abre, como una rosa de luz, iluminando aspectos desconocidos del alma o de las cosas.
Por eso croamos las ranas, sin cesar, en la negra noche acribillada de estrellas. Buscamos la metáfora perfecta que exprese toda nuestra emoción poética y ponga al descubierto el misterio profundo del universo.
La expansión del "universo"
Finalmente la Ciencia ha decidido que el "universo" se expande. Cuánto tiempo durará esta nueva opinión, es una pregunta que pertenece al orden de los misterios insondables. Porque no existe actividad humana que cambie tanto y tan frecuentemente de opinión como la Ciencia. Gracias a ella, el "universo" ha sido sucesivamente una tortuga, una isla rodeada por una serpiente, un elefante parado sobre una bandeja, un disco plano, un sistema de estrellas con la Tierra en el centro, una docena de galaxias impregnadas en éter, etcétera. Ahora, como de costumbre, sabemos que todo eso eran tonterías, y que el "universo" consta de unas doscientas mil millones de galaxias que huyen del centro en todas direcciones, de manera fatal, total, irreversible e inexplicable.
Las ranas carecemos del sentido de la moda y, por lo tanto, tenemos otra idea diferente acerca del universo. Creemos, aunque no nos consta, que el universo es tan grande, tan grande, que ninguna especie viviente podrá jamás darse siquiera una idea de su grandeza. Creemos que la pequeña gota de agua en la cual vivimos (constituida por unas doscientas mil millones de galaxias) se encuentra por ahora en un proceso de expansión, así como probablemente muchas otras pequeñas gotas del océano universal (cada una de ellas constituida por cientos de miles de millones de galaxias). Creemos también que hay muchas otras gotas, igualmente pequeñas e insignificantes, que están en proceso de contracción. Otras están en ebullición. Otras, en trance de calentarse. Otras, en enfriamiento. Unas se condensan. Otras se volatilizan. Etcétera.
En suma, la Ciencia debería dejar de hablar sobre aquellas cosas que ignora del modo más patético. Cuando la Ciencia dice "el universo", se refiere apenas a la pequeña gota en la cual vivimos y cuya masa de doscientas mil millones de galaxias desaparecerá algún día, barrida por alguna suave brisa cósmica, sin que al hermano universo se le arrugue por ello un pelo de la cola.
La Ciencia debería ocuparse de preguntas que tienen respuesta, y cuya respuesta esperan ansiosos millones y millones de hambrientos y sedientos de pan, paz, justicia y libertad en esta y en otras galaxias vecinas.
Las ranas carecemos del sentido de la moda y, por lo tanto, tenemos otra idea diferente acerca del universo. Creemos, aunque no nos consta, que el universo es tan grande, tan grande, que ninguna especie viviente podrá jamás darse siquiera una idea de su grandeza. Creemos que la pequeña gota de agua en la cual vivimos (constituida por unas doscientas mil millones de galaxias) se encuentra por ahora en un proceso de expansión, así como probablemente muchas otras pequeñas gotas del océano universal (cada una de ellas constituida por cientos de miles de millones de galaxias). Creemos también que hay muchas otras gotas, igualmente pequeñas e insignificantes, que están en proceso de contracción. Otras están en ebullición. Otras, en trance de calentarse. Otras, en enfriamiento. Unas se condensan. Otras se volatilizan. Etcétera.
En suma, la Ciencia debería dejar de hablar sobre aquellas cosas que ignora del modo más patético. Cuando la Ciencia dice "el universo", se refiere apenas a la pequeña gota en la cual vivimos y cuya masa de doscientas mil millones de galaxias desaparecerá algún día, barrida por alguna suave brisa cósmica, sin que al hermano universo se le arrugue por ello un pelo de la cola.
La Ciencia debería ocuparse de preguntas que tienen respuesta, y cuya respuesta esperan ansiosos millones y millones de hambrientos y sedientos de pan, paz, justicia y libertad en esta y en otras galaxias vecinas.
25.8.02
Fe, religión, ciencia
Ninguna religión puede existir sin la ayuda de la fe. La fe es mucho más que la creencia. La fe es la voluntad activa de creer, a pesar de los argumentos de la razón. Los primeros Padres de la Iglesia cristiana valoraban la lealtad de los fieles por su voluntad de creer lo incomprensible, lo inexplicable. Tal es el núcleo central de la fe: aceptar el dogma establecido por los líderes de la religión. Por esto, es más valiosa cuanto más absurdo es el dogma. Lo que establece el creyente a través de su fe, no es un acto de ilimitada confianza en su Dios, sino un pacto de ilimitada obediencia a su Pontífice.
La ciencia, en cambio, no necesita la fe sino la razón. Su pacto de lealtad estriba en la experimentación rigurosa, la comprobación lógica y práctica de sus hipótesis y la capacidad de cambiar enteramente de opinión si se demuestra el error.
Pero sería tonto decir que la ciencia es "mejor" que la religión, o que ésta es "inútil" porque no es racional. De hecho, más del noventa por ciento de las acciones de cada ser viviente tiene su origen en motivaciones no racionales. Solamente la especie humana, entre todas las especies vivientes, ha sufrido la enajenación de lo racional y cree que la razón, y solamente la razón, puede explicar el universo y sus alrededores. Creencia tonta que se contradice a sí misma por dos razones: primera, porque es irracional en su propio origen; y segunda, porque toda la historia de los actos humanos es una sola cadena de aventuras irracionales.
La ciencia, en cambio, no necesita la fe sino la razón. Su pacto de lealtad estriba en la experimentación rigurosa, la comprobación lógica y práctica de sus hipótesis y la capacidad de cambiar enteramente de opinión si se demuestra el error.
Pero sería tonto decir que la ciencia es "mejor" que la religión, o que ésta es "inútil" porque no es racional. De hecho, más del noventa por ciento de las acciones de cada ser viviente tiene su origen en motivaciones no racionales. Solamente la especie humana, entre todas las especies vivientes, ha sufrido la enajenación de lo racional y cree que la razón, y solamente la razón, puede explicar el universo y sus alrededores. Creencia tonta que se contradice a sí misma por dos razones: primera, porque es irracional en su propio origen; y segunda, porque toda la historia de los actos humanos es una sola cadena de aventuras irracionales.
La paradoja existencial
Nada puede existir si no es a condición de estar muriendo. Cada vida es una muerte en desarrollo, cada muerte crea las premisas de nuevas vidas. Cada vida y cada muerte engendran su propia negación y este proceso es el único sentido posible de la existencia. Todos los cuerpos son mortales y, por consiguiente, también sus "almas". Todo nace y muere, todo se transforma, todo es nuevo y viejo a cada instante, nada permanece y en el horno creador del Universo vive y agoniza eternamente la inmesa, cambiante, inexplicable paradoja de la existencia.
22.8.02
El corazón y el reloj
El fracaso de los corazones mecánicos es evidente: los pacientes a quienes se ha implantado un corazón mecánico mueren irremisiblemente corto tiempo después de la operación.
La razón de este fracaso es muy sencilla, aunque los señores científicos aún no la han descubierto. Se trata de un problema de relojería. El cuerpo de cada ser viviente contiene un complejo sistema de relojes biológicos, que cambian sus ritmos y velocidades a cada instante. Comer, dormir, descansar, amar, odiar, hablar, cantar, bailar, recordar, llorar, cada acto pequeño o grande exige cambios inmediatos en los ritmos biológicos y, por consiguiente, cambios en los complejos sistemas de relojes biológicos del organismo. Ahora bien, un corazón mecánico está construido para trabajar siempre al mismo ritmo invariable, con precisión matemática. No tiene mecanismos de compensación, no puede adaptarse a los accesos de ira, las emociones de amor, ternura, odio o temor del individuo. Peor aún, su regularidad mecánica desconcierta por completo al ritmo cambiante, inteligente, de los demás órganos del cuerpo. El resultado es fatal: el corazón mecánico, con su reloj perfecto, descompone los innumerables relojes biológicos del individuo, los vuelve locos, y los órganos ya no pueden responder a la sobrecarga de energía que este desequilibrio genera.
La ciencia humana sabe muy poco sobre los relojes biológicos y su complicado sistema de interacciones. Pero las ranas sabemos que hay sistemas de control de los ritmos biológicos en cada cuerpo viviente y que no es posible someter esos mecanismos de control a la lógica fría, insensata, implacable, invariable y perfecta de un reloj mecánico.
La razón de este fracaso es muy sencilla, aunque los señores científicos aún no la han descubierto. Se trata de un problema de relojería. El cuerpo de cada ser viviente contiene un complejo sistema de relojes biológicos, que cambian sus ritmos y velocidades a cada instante. Comer, dormir, descansar, amar, odiar, hablar, cantar, bailar, recordar, llorar, cada acto pequeño o grande exige cambios inmediatos en los ritmos biológicos y, por consiguiente, cambios en los complejos sistemas de relojes biológicos del organismo. Ahora bien, un corazón mecánico está construido para trabajar siempre al mismo ritmo invariable, con precisión matemática. No tiene mecanismos de compensación, no puede adaptarse a los accesos de ira, las emociones de amor, ternura, odio o temor del individuo. Peor aún, su regularidad mecánica desconcierta por completo al ritmo cambiante, inteligente, de los demás órganos del cuerpo. El resultado es fatal: el corazón mecánico, con su reloj perfecto, descompone los innumerables relojes biológicos del individuo, los vuelve locos, y los órganos ya no pueden responder a la sobrecarga de energía que este desequilibrio genera.
La ciencia humana sabe muy poco sobre los relojes biológicos y su complicado sistema de interacciones. Pero las ranas sabemos que hay sistemas de control de los ritmos biológicos en cada cuerpo viviente y que no es posible someter esos mecanismos de control a la lógica fría, insensata, implacable, invariable y perfecta de un reloj mecánico.
El filósofo egocéntrico
Heráclito dijo: "No es posible bañarse dos veces en el mismo río". Y el río murmuró al pasar: "Tampoco es posible bañar dos veces al mismo Heráclito".
Materia y antimateria
Donde quiera que exista la materia, encontrarás antimateria. No pueden separarse: una guerra incesante las une eternamente. Decimos "guerra", pero no se trata del violento ejercicio de la destrucción del otro. Es más bien un eterno, apasionado acto de amor.
Frases célebres
Mucha gente pasa por la vida repitiendo frases célebres y citas notables formuladas por otra gente. Me pregunto si en esa actitud hay deseos de aprender algo de la sabiduría del mundo, o solamente inseguridad y temor de producir ideas propias. Los seres humanos quieren oír citas de autoridad y por eso citaré al humano Leonardo da Vinci: "Quien discute citando a una autoridad, confía más en su memoria que en su inteligencia". Por mi parte, cada vez que lanzo mi croar a las estrellas, en la mágica noche de la selva, expreso lo que otras ranas me han enseñado pero lo digo con mi propia voz.
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